¿Quién no tiene una imagen preconcebida de los funcionarios? Todos los ciudadanos tenemos que relacionarnos con ellos a lo largo de nuestra vida, pero al entrar a trabajar en el ayuntamiento, se convirtieron en mis nuevos compañeros de trabajo. Además, por aplastante mayoría, porque los trabajadores de la parte política somos numéricamente insignificantes en comparación con todos los funcionarios y el personal que continua trabajando, exactamente igual que el día antes de las elecciones.
Además, son un colectivo que siempre está en el punto de mira de las envidias nacionales, especialmente desde la crisis, vistos por muchos como auténticos privilegiados.
Antes de cualquier otra consideración, quiero dejar claro que el sistema de acceso a la función pública me parece nefasto. Al igual que los procesos de promoción interna. Oposiciones que consisten básicamente en memorizar contenidos, alejadísimas de lo que se valoraría en un proceso de selección de personal para elegir a los mejores en cualquier organización, promociones que tienen en cuenta básicamente la antigüedad… No entiendo por qué no se cambian esos sistemas por procesos que valoren ante todo capacidades, actitudes y méritos. Pueden ser igual de objetivos que los rancios sistemas actuales.
Pero bueno, la realidad es la que es y después de dos años de convivencia, esta es mi opinión:
- Lo primero, que seguro que llamará la atención, es que en la administración me he encontrado tantos buenos, regulares y malos profesionales como en el sector privado. No aprecio diferencias, y eso que todas mis experiencias profesionales anteriores eran en las «idílicas» ONGs donde el tópico es que la gente está más motivada, más comprometida y las relaciones laborales son menos conflictivas. Pues tengo que decir que no, que me ha sorprendido la cantidad de trabajadores de la administración que están realmente implicados en su trabajo, que tienen sentido de pertenencia y del deber público, que están orgullosos de trabajar en el ayuntamiento y quieren que éste sea lo mejor posible. Por contra, en algunas ONGs viví las peores experiencias de humillación y maltrato que conozco. Y, por supuesto, también hay allí personas sin ningún interés por lo que hacen y escasamente comprometidas.
- Lo segundo que quiero destacar es el nivel de conocimientos técnicos que tienen. Los funcionarios (y en general, la mayoría de trabajadores del ayuntamiento) saben mucho de lo suyo. Siempre encuentras a alguien que lo sabe todo de un tema, por muy específico o disparatado que sea (qué hacer con un ave que ha anidado en una terraza, cómo apagar o encender las farolas de una zona, qué se puede hacer ante un asentamiento…). La verdad es que es un lujo trabajar con ese respaldo técnico.
- Son cumplidores y hacen lo que se les encarga. Ni más ni menos. Los trámites, las rutinas, las jerarquías… están tan interiorizadas, que una vez que se ponen en marcha, rara vez se detienen. Otra cosa son los plazos y, sobre todo, cuando lo que se quiere hacer es disruptivo, cuando cambia lo que siempre se ha hecho. Ahí empiezan los problemas, los bloqueos, los puntos muertos, los expedientes que se quedan en el limbo y que si nadie vuelve a empujarlos, pueden quedarse allí eternamente.
- Por lo general, tienen claro su papel y su supeditación al poder político. Salvo excepciones, no percibo «manos negras» o voluntad de interferir en la acción política del gobierno, que es otro tópico bastante habitual. Tengo que admitir que esto todavía me resulta sorprendente porque creo que muchas veces piensan que cosas que proponemos desde la parte política son un auténtico disparate, pero agachan la cabeza y obedecen (en la mayoría de los casos). Si algo echo en falta es precisamente que se atrevan a cuestionarnos más, a rebatirnos. Entiendo que encontrar el equilibrio al respecto es complicado, pero creo que son excesivamente sumisos, cuando tienen muchos más conocimientos y experiencia que la mayoría de los cargos políticos.
- Por la parte negativa, creo que la falta visión de conjunto es uno de sus lastres más importantes. Como toda administración, el ayuntamiento está estrictamente compartimentado y cada trabajador tiene claramente definidas sus funciones. Frases como «he acabado mi parte» o «ya lo he remitido a tal departamento», muchas veces son sinónimo de desentenderse, de cumplir y olvidarse que el trabajo de uno es parte de algo más grande que repercute finalmente en el ciudadano. También es verdad que hay trabajadores excepcionales al respecto, que entienden el servicio ciudadano más allá de las responsabilidades propias y realmente están preocupados por cómo acaban los procesos.
- ¿Y qué pasa cuando hay urgencias o imprevistos? Pues sorprendentemente, muchos funcionarios se quedan a trabajar más allá de su horario o vienen a trabajar un día que no les corresponde para solucionarlos. Claro, que también está el que se va a su hora, como si nada pasara, pero es un aspecto que me ha sorprendido para bien.
- Por otro lado, los malos trabajadores se convierten en rémoras. Su sustitución es complejísima y generan muy mal ambiente. No hay nada más demoledor que ver a un compañero con las mismas responsabilidades y sueldo, que no lo hace bien y no pasa nada. No es algo habitual, pero la impotencia ante estas situaciones es enorme.
- Relacionado con lo anterior, uno de los síntomas más evidentes de la pésima gestión de personas del ayuntamiento, es la casi inexistente conflictividad laboral (la oficial, claro). Difícil que haya expedientes sancionadores abiertos, difícil que acaben en sanciones, difícil que un funcionario critique el trabajo de otro (incluso aunque sea su superior). Hay una especie de manto de silencio y cierto corporativismo que a mí me parece un grave problema, porque encubre una realidad que existe, como en cualquier organización.
- También es importante hablar de los puestos de libre disposición, de los puestos de funcionarios elegidos por el poder político. Obviamente, se buscan funcionarios afines ideológicamente, que estén de acuerdo con los planteamientos del partido que gobierna, algo que no es demasiado difícil, pero que en el día a día no es tan sencillo de gestionar. No es fácil que un funcionario entienda ese doble papel, esa nueva dimensión política que debe asumir. De hecho, esos funcionarios deberían ser el «equipo directivo» de las juntas o las áreas de gobierno, los expertos que supieran llevar a la práctica el programa político del gobierno. Muchas veces no es así, o lo hacen de forma excesivamente tibia, más cerca del rol habitual de funcionario que del de directivo.
- Por último, también hay un aspecto que nos afecta a todos, también a los funcionarios: el alto grado de externalización del ayuntamiento. Un proceso imparable y demoledor que nos está costando mucho revertir y que ha provocado que muchos servicios y puestos de trabajo que estaban ocupados por funcionarios, ahora estén en manos de contratas. Desgraciadamente, esto tira por tierra el trabajo de muchos funcionarios, que ven impotentes como su trabajo acaba destrozado, de cara al ciudadano, por empresas que prestan malos servicios. Las contratas, lejos de aportar al ayuntamiento lo positivo de la empresa privada, sólo han complicado más la situación. En lugar de mayor flexibilidad han traído mayor rigidez, lejos de ahorrar tiempos y costes, ha obligado a dedicar muchísimo tiempo a las propias relaciones con las empresas adjudicatarias, que prestan servicios, en ocasiones, muy deficientes que hay que vigilar. Ese mal servicio es lo que ve el ciudadano, que no tiene por qué saber que no está prestado por trabajadores públicos. Un auténtico cáncer con el que tenemos que acabar.
Pero para mí, el gran problema del ayuntamiento (y me imagino que de buena parte de las administraciones públicas) es la falta de un plan de personas que saque al Ayuntamiento de una gestión de los recursos humanos más propia de la Revolución Industrial que del Siglo XXI:
- Los responsables de recursos humanos no tienen apenas margen de maniobra. No hacen mucho más que aprobar días libres, vacaciones, realizar gestiones internas, una leve coordinación de equipo… Por inimaginable que parezca, en esta empresa gigante que es el Ayuntamiento de Madrid, con varias decenas de miles de trabajadores, no existe un plan de personas y mucho menos el equivalente a un Director/a de Recursos Humanos con capacidad para gestionar este aspecto, crucial para el éxito de cualquier organización.
- La relación de puestos de trabajo, que define la estructura del ayuntamiento está completamente obsoleta y cada propuesta de modificación encuentra una férrea oposición, especialmente por parte de unos sindicatos que también parecen vivir con un desfase temporal de varias décadas. Consecuencias: el absurdo de ver puestos de trabajo sin trabajo (sí, ese trabajador que ves leyendo el Marca, seguramente no es un vago, sino que simplemente no tiene ninguna tarea que hacer) o conductores que no tienen coches que conducir.
- Y lo peor es que lo anterior convive (muchas veces a pocos metros de distancia) con departamentos diezmados por la tasa de reposición (número de nuevos funcionarios en relación al número de bajas producidas). En los últimos años, con la excusa de la crisis, esa tasa de reposición ha sido, como mucho, del 50% Es decir que sólo se cubren la mitad de las bajas de funcionarios (sea por jubilación, baja, defunción, excedencia, etc.). Así que, hay departamentos donde en lugar de los diez trabajadores que debería haber, hay tres. ¿Cómo va a bajar el montón de expedientes pendientes? Todo lo contrario, en muchos sitios no paran de crecer, con nefastas consecuencias de cara al ciudadano, que no entiende los plazos tan disparatados que muchas veces tenemos.
- Por último, pero no por ello menos importante, está una frase mítica que es toda una síntesis filosófica de la administración: «Esto siempre se ha hecho así». O lo que yo llamo trabajar en «modo zombi». Ese funcionamiento administrativo, esa brutal inercia que garantiza que todo siga funcionando, siempre que no quieras que se haga de otra forma. Pero claro, el problema es que los que nos hemos metido en esto de la política tenemos la mala costumbre de querer cambiar las cosas y eso choca muchas veces de frente con la implacable burocracia administrativa. Uno se queda alucinado al ver que ni una orden de la propia Manuela es capaz de cambiar determinadas formas de hacer.
¿Propuestas para cambiar esto? Yo sólo lo veo posible con una catársis total.
Es cierto que estamos realizando muchos esfuerzos por cambiar la estructura del ayuntamiento, no sólo por los aspectos comentados, sino por lograr una mayor descentralización, que es otro de los graves problemas que lo lastran y provocan el funcionamiento tan paquidérmico que tiene.
Pero creo que no es suficiente y las resistencias van a ser tremendas. Veo más factible empezar de cero, convocar a todas las partes interesadas y buscar un gran pacto para cambiar por completo el funcionamiento administrativo del ayuntamiento. Para ello necesitaríamos un líder, un gurú, alguien respetado, con prestigio, dispuesto a enfrentarse a la tarea de empezar desde cero, de poner todo patas abajo, pero también con la suficiente habilidad, cintura, mano izquierda, capacidad de seducción y de negociación, como para ganarse a todas las partes y convencerlas de que todos podemos ganar si cambiamos las cosas.
¿Difícil? Mucho. Para empezar, habría que encontrar a alguien dispuesto a meterse en semejante boca del lobo, con el suficiente bagaje y prestigio, pero también con un ego bajo control. Dispuesto a pasar a la historia pero también a fracasar. ¿Imposible? No. Si encontramos a Manuela, ¿por qué no va a ser posible?
Una organización como el Ayuntamiento de Madrid tiene potencial para ser infinitamente mejor. Cuenta con muchísimos funcionarios de gran experiencia, que saben muchísimo de la ciudad, de todos y cada uno de sus infinitos detalles, comprometidos y motivados (la mayoría) con su trabajo. Y otros muchos que están deseando entrar, o que quieren venirse desde otras administraciones. Madrid es un imán para el talento. Lo que tiene de ciudad complicada, lo tiene también de ciudad atractiva, y eso hay que aprovecharlo.
También desde la parte política debemos ser conscientes de que, sin ganarnos a los funcionarios y al resto del personal del ayuntamiento, fracasaremos seguro. Esa resignación que percibo al respecto en algunos compañeros, es la garantía del fracaso. O somos capaces de hacer que esta gigantesca maquinaria que es el Ayuntamiento de Madrid funcione mejor, o no conseguiremos hacer lo que nos proponemos. Nosotros solos no vamos a poder, es imprescindible formar un enorme equipo de trabajo, bien engrasado y coordinado. Este debería ser uno de nuestros principales objetivos, porque si no, acabaremos cayendo en la melancolía de aceptar que cualquier gestión, por pequeña que sea, lleve seis meses de tramitación. El día que nos dejen de sorprender (y de indignar) estas cosas, el día que lo veamos lógico y normal, habremos claudicado.
Y para acabar, sí puedo confirmar uno de los tópicos más extendidos sobre los funcionarios: ¡el desayuno es sagrado! Ni aunque un meteorito estuviera a punto de acabar con la humanidad, dejarían de salir su media hora a desayunar. Pero bien mirado, me parece estupendo. No saber parar, no saber descansar es uno de los errores más frecuentes en el mundo laboral y seguro que un lastre para la productividad, así que… ¡intento irme con ellos todas las veces que puedo!