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Los funcionarios: tópicos y realidades

¿Quién no tiene una imagen preconcebida de los funcionarios? Todos los ciudadanos tenemos que relacionarnos con ellos a lo largo de nuestra vida, pero al entrar a trabajar en el ayuntamiento, se convirtieron en mis nuevos compañeros de trabajo. Además, por aplastante mayoría, porque los trabajadores de la parte política somos numéricamente insignificantes en comparación con todos los funcionarios y el personal que continua trabajando, exactamente igual que el día antes de las elecciones.

Además, son un colectivo que siempre está en el punto de mira de las envidias nacionales, especialmente desde la crisis, vistos por muchos como auténticos privilegiados.

Antes de cualquier otra consideración, quiero dejar claro que el sistema de acceso a la función pública me parece nefasto. Al igual que los procesos de promoción interna. Oposiciones que consisten básicamente en memorizar contenidos, alejadísimas de lo que se valoraría en un proceso de selección de personal para elegir a los mejores en cualquier organización, promociones que tienen en cuenta básicamente la antigüedad… No entiendo por qué no se cambian esos sistemas por procesos que valoren ante todo capacidades, actitudes y méritos. Pueden ser igual de objetivos que los rancios sistemas actuales.

Pero bueno, la realidad es la que es y después de dos años de convivencia, esta es mi opinión:

  • Lo primero, que seguro que llamará la atención, es que en la administración me he encontrado tantos buenos, regulares y malos profesionales como en el sector privado. No aprecio diferencias, y eso que todas mis experiencias profesionales anteriores eran en las «idílicas» ONGs donde el tópico es que la gente está más motivada, más comprometida y las relaciones laborales son menos conflictivas. Pues tengo que decir que no, que me ha sorprendido la cantidad de trabajadores de la administración que están realmente implicados en su trabajo, que tienen sentido de pertenencia y del deber público, que están orgullosos de trabajar en el ayuntamiento y quieren que éste sea lo mejor posible. Por contra, en algunas ONGs viví las peores experiencias de humillación y maltrato que conozco. Y, por supuesto, también hay allí personas sin ningún interés por lo que hacen y escasamente comprometidas.
  • Lo segundo que quiero destacar es el nivel de conocimientos técnicos que tienen. Los funcionarios (y en general, la mayoría de trabajadores del ayuntamiento) saben mucho de lo suyo. Siempre encuentras a alguien que lo sabe todo de un tema, por muy específico o disparatado que sea (qué hacer con un ave que ha anidado en una terraza, cómo apagar o encender las farolas de una zona, qué se puede hacer ante un asentamiento…). La verdad es que es un lujo trabajar con ese respaldo técnico.
  • Son cumplidores y hacen lo que se les encarga. Ni más ni menos. Los trámites, las rutinas, las jerarquías… están tan interiorizadas, que una vez que se ponen en marcha, rara vez se detienen. Otra cosa son los plazos y, sobre todo, cuando lo que se quiere hacer es disruptivo, cuando cambia lo que siempre se ha hecho. Ahí empiezan los problemas, los bloqueos, los puntos muertos, los expedientes que se quedan en el limbo y que si nadie vuelve a empujarlos, pueden quedarse allí eternamente.
  • Por lo general, tienen claro su papel y su supeditación al poder político. Salvo excepciones, no percibo «manos negras» o voluntad de interferir en la acción política del gobierno, que es otro tópico bastante habitual. Tengo que admitir que esto todavía me resulta sorprendente porque creo que muchas veces piensan que cosas que proponemos desde la parte política son un auténtico disparate, pero agachan la cabeza y obedecen (en la mayoría de los casos). Si algo echo en falta es precisamente que se atrevan a cuestionarnos más, a rebatirnos. Entiendo que encontrar el equilibrio al respecto es complicado, pero creo que son excesivamente sumisos, cuando tienen muchos más conocimientos y experiencia que la mayoría de los cargos políticos.
  • Por la parte negativa, creo que la falta visión de conjunto es uno de sus lastres más importantes. Como toda administración, el ayuntamiento está estrictamente compartimentado y cada trabajador tiene claramente definidas sus funciones. Frases como «he acabado mi parte» o «ya lo he remitido a tal departamento», muchas veces son sinónimo de desentenderse, de cumplir y olvidarse que el trabajo de uno es parte de algo más grande que repercute finalmente en el ciudadano. También es verdad que hay trabajadores excepcionales al respecto, que entienden el servicio ciudadano más allá de las responsabilidades propias y realmente están preocupados por cómo acaban los procesos.
  • ¿Y qué pasa cuando hay urgencias o imprevistos? Pues sorprendentemente, muchos funcionarios se quedan a trabajar más allá de su horario o vienen a trabajar un día que no les corresponde para solucionarlos. Claro, que también está el que se va a su hora, como si nada pasara, pero es un aspecto que me ha sorprendido para bien.
  • Por otro lado, los malos trabajadores se convierten en rémoras. Su sustitución es complejísima y generan muy mal ambiente. No hay nada más demoledor que ver a un compañero con las mismas responsabilidades y sueldo, que no lo hace bien y no pasa nada. No es algo habitual, pero la impotencia ante estas situaciones es enorme.
  • Relacionado con lo anterior, uno de los síntomas más evidentes de la pésima gestión de personas del ayuntamiento, es la casi inexistente conflictividad laboral (la oficial, claro). Difícil que haya expedientes sancionadores abiertos, difícil que acaben en sanciones, difícil que un funcionario critique el trabajo de otro (incluso aunque sea su superior). Hay una especie de manto de silencio y cierto corporativismo que a mí me parece un grave problema, porque encubre una realidad que existe, como en cualquier organización.
  • También es importante hablar de los puestos de libre disposición, de los puestos de funcionarios elegidos por el poder político. Obviamente, se buscan funcionarios afines ideológicamente, que estén de acuerdo con los planteamientos del partido que gobierna, algo que no es demasiado difícil, pero que en el día a día no es tan sencillo de gestionar. No es fácil que un funcionario entienda ese doble papel, esa nueva dimensión política que debe asumir. De hecho, esos funcionarios deberían ser el «equipo directivo» de las juntas o las áreas de gobierno, los expertos que supieran llevar a la práctica el programa político del gobierno. Muchas veces no es así, o lo hacen de forma excesivamente tibia, más cerca del rol habitual de funcionario que del de directivo.
  • Por último, también hay un aspecto que nos afecta a todos, también a los funcionarios: el alto grado de externalización del ayuntamiento. Un proceso imparable y demoledor que nos está costando mucho revertir y que ha provocado que muchos servicios y puestos de trabajo que estaban ocupados por funcionarios, ahora estén en manos de contratas. Desgraciadamente, esto tira por tierra el trabajo de muchos funcionarios, que ven impotentes como su trabajo acaba destrozado, de cara al ciudadano, por empresas que prestan malos servicios. Las contratas, lejos de aportar al ayuntamiento lo positivo de la empresa privada, sólo han complicado más la situación. En lugar de mayor flexibilidad han traído mayor rigidez, lejos de ahorrar tiempos y costes, ha obligado a dedicar muchísimo tiempo a las propias relaciones con las empresas adjudicatarias, que prestan servicios, en ocasiones, muy deficientes que hay que vigilar. Ese mal servicio es lo que ve el ciudadano, que no tiene por qué saber que no está prestado por trabajadores públicos. Un auténtico cáncer con el que tenemos que acabar.

Pero para mí, el gran problema del ayuntamiento (y me imagino que de buena parte de las administraciones públicas) es la falta de un plan de personas que saque al Ayuntamiento de una gestión de los recursos humanos más propia de la Revolución Industrial que del Siglo XXI:

  • Los responsables de recursos humanos no tienen apenas margen de maniobra. No hacen mucho más que aprobar días libres, vacaciones, realizar gestiones internas, una leve coordinación de equipo… Por inimaginable que parezca, en esta empresa gigante que es el Ayuntamiento de Madrid, con varias decenas de miles de trabajadores, no existe un plan de personas y mucho menos el equivalente a un Director/a de Recursos Humanos con capacidad para gestionar este aspecto, crucial para el éxito de cualquier organización.
  • La relación de puestos de trabajo, que define la estructura del ayuntamiento está completamente obsoleta y cada propuesta de modificación encuentra una férrea oposición, especialmente por parte de unos sindicatos que también parecen vivir con un desfase temporal de varias décadas. Consecuencias: el absurdo de ver puestos de trabajo sin trabajo (sí, ese trabajador que ves leyendo el Marca, seguramente no es un vago, sino que simplemente no tiene ninguna tarea que hacer) o conductores que no tienen coches que conducir.
  • Y lo peor es que lo anterior convive (muchas veces a pocos metros de distancia) con departamentos diezmados por la tasa de reposición (número de nuevos funcionarios en relación al número de bajas producidas). En los últimos años, con la excusa de la crisis, esa tasa de reposición ha sido, como mucho, del 50% Es decir que sólo se cubren la mitad de las bajas de funcionarios (sea por jubilación, baja, defunción, excedencia, etc.). Así que, hay departamentos donde en lugar de los diez trabajadores que debería haber, hay tres. ¿Cómo va a bajar el montón de expedientes pendientes? Todo lo contrario, en muchos sitios no paran de crecer, con nefastas consecuencias de cara al ciudadano, que no entiende los plazos tan disparatados que muchas veces tenemos.
  • Por último, pero no por ello menos importante, está una frase mítica que es toda una síntesis filosófica de la administración: «Esto siempre se ha hecho así». O lo que yo llamo trabajar en «modo zombi». Ese funcionamiento administrativo, esa brutal inercia que garantiza que todo siga funcionando, siempre que no quieras que se haga de otra forma. Pero claro, el problema es que los que nos hemos metido en esto de la política tenemos la mala costumbre de querer cambiar las cosas y eso choca muchas veces de frente con la implacable burocracia administrativa. Uno se queda alucinado al ver que ni una orden de la propia Manuela es capaz de cambiar determinadas formas de hacer.

¿Propuestas para cambiar esto? Yo sólo lo veo posible con una catársis total.

Es cierto que estamos realizando muchos esfuerzos por cambiar la estructura del ayuntamiento, no sólo por los aspectos comentados, sino por lograr una mayor descentralización, que es otro de los graves problemas que lo lastran y provocan el funcionamiento tan paquidérmico que tiene.

Pero creo que no es suficiente y las resistencias van a ser tremendas. Veo más factible empezar de cero, convocar a todas las partes interesadas y buscar un gran pacto para cambiar por completo el funcionamiento administrativo del ayuntamiento. Para ello necesitaríamos un líder, un gurú, alguien respetado, con prestigio, dispuesto a enfrentarse a la tarea de empezar desde cero, de poner todo patas abajo, pero también con la suficiente habilidad, cintura, mano izquierda, capacidad de seducción y de negociación, como para ganarse a todas las partes y convencerlas de que todos podemos ganar si cambiamos las cosas.

¿Difícil? Mucho. Para empezar, habría que encontrar a alguien dispuesto a meterse en semejante boca del lobo, con el suficiente bagaje y prestigio, pero también con un ego bajo control. Dispuesto a pasar a la historia pero también a fracasar. ¿Imposible? No. Si encontramos a Manuela, ¿por qué no va a ser posible?

Una organización como el Ayuntamiento de Madrid tiene potencial para ser infinitamente mejor. Cuenta con muchísimos funcionarios de gran experiencia, que saben muchísimo de la ciudad, de todos y cada uno de sus infinitos detalles, comprometidos y motivados (la mayoría) con su trabajo. Y otros muchos que están deseando entrar, o que quieren venirse desde otras administraciones. Madrid es un imán para el talento. Lo que tiene de ciudad complicada, lo tiene también de ciudad atractiva, y eso hay que aprovecharlo.

También desde la parte política debemos ser conscientes de que, sin ganarnos a los funcionarios y al resto del personal del ayuntamiento, fracasaremos seguro. Esa resignación que percibo al respecto en algunos compañeros, es la garantía del fracaso. O somos capaces de hacer que esta gigantesca maquinaria que es el Ayuntamiento de Madrid funcione mejor, o no conseguiremos hacer lo que nos proponemos. Nosotros solos no vamos a poder, es imprescindible formar un enorme equipo de trabajo, bien engrasado y coordinado. Este debería ser uno de nuestros principales objetivos, porque si no, acabaremos cayendo en la melancolía de aceptar que cualquier gestión, por pequeña que sea, lleve seis meses de tramitación. El día que nos dejen de sorprender (y de indignar) estas cosas, el día que lo veamos lógico y normal, habremos claudicado.

Y para acabar, sí puedo confirmar uno de los tópicos más extendidos sobre los funcionarios: ¡el desayuno es sagrado! Ni aunque un meteorito estuviera a punto de acabar con la humanidad, dejarían de salir su media hora a desayunar. Pero bien mirado, me parece estupendo. No saber parar, no saber descansar es uno de los errores más frecuentes en el mundo laboral y seguro que un lastre para la productividad, así que… ¡intento irme con ellos todas las veces que puedo!

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Gestionar la diferencia

Faltaban unos días para Vistalegre II y estábamos en el Círculo de San Blas-Canillejas, debatiendo sobre las distintas alternativas que se presentaban en el congreso. Justo en ese punto especialmente estúpido de dirimir si es más importante estar en la calle o en las instituciones, el perfecto ejemplo de debate estéril con apariencia de trascendental. Un debate que nunca habríamos tenido en el Podemos de los inicios, aquel de asaltar los cielos…

Pues bien, el compañero Edwin dio en el clavo. Pidió la palabra para decir que el problema que había tenido Podemos era el de no haber sabido gestionar la diferencia. Una diferencia inevitable y enriquecedora, que en los inicios había sido precisamente catalizadora del proyecto: un grupo de personas de muy diversas procedencias, unidas alrededor de la idea de acabar con una oligarquía dominante que tenía secuestrado al país desde hacía décadas. Devolver el poder al pueblo, visibilizar el conflicto entre “los de arriba” y “los de abajo”, en lugar de seguir recurriendo al manido debate entre izquierda y derecha, completamente asimilado por el sistema para aparentar alternancia, garantizando que nada cambie.

En aquellos inicios, el grupo que lideraba Podemos parecía infalible. Siempre parecían ir por delante, marcaban los tiempos, pillaban a los rivales con el pie cambiado, eran creativos, osados, originales, siempre con ases nuevos bajo la manga. Cada paso que daban, aunque pareciera insensato, acababa dándoles la razón. Eran implacables en la táctica y en la estrategia.

Pero era inevitable tener que crear una estructura a la altura del reto propuesto. De ese puñado de personas había que pasar a una organización con capacidad para implantarse en todo el estado. Y rápido, porque el calendario electoral obligaba a ello.

Había que crear equipos. Y ese grupo de personas tan brillantes e inteligentes, que nos deslumbraron a muchos, visto lo visto, no supieron hacerlo. En lugar de saber integrar las diferencias, acabaron consiguiendo que éstas se convirtieran en obstáculos casi insalvables dentro del partido.

Como tantas veces, recurro a Ken Robinson. Comparto totalmente su definición de lo que son buenos equipos:

Los grandes equipos creativos son heterogéneos. Están compuestos por personas con habilidades diferentes pero complementarias entre sí.
La diversidad de talentos es importante pero no suficiente, las diferentes formas de pensamiento pueden ser un obstáculo para la creatividad.
Los equipos creativos encuentran la forma de utilizar sus diferencias y energías, no sus puntos débiles. Tienen un proceso mediante el cual sus fuerzas se complementan a la vez que compensan las debilidades de cada uno. Son capaces de desafiarse entre sí como iguales, y tomar las críticas como un incentivo para avivar el juego.
Los equipos creativos están bien definidos. Hay una gran diferencia entre un buen equipo y un comité.

Y lo que hemos acabado consiguiendo en Podemos es que ahora, cada vez que te presentan a un compañero o a una compañera, sea inevitable preguntar si es “Pablista”, “Errejonista” o “Anticapitalista”; que en Vistalegre II se enfrenten pomposamente propuestas teóricamente diferentes, pero donde cuesta encontrar las diferencias; o que un montón de mediocres se hayan incorporado a esos bandos sin más intención que imponer sus ideas y conseguir su parcelita de poder.

Y no, no acepto eso de que un líder necesite hacer “su equipo” a costa de excluir a los demás. No tengo mucha experiencia política, pero sí en gestión de equipos. No existe el equipo perfecto, uno tiene que trabajar con el que se encuentra, intentando hacer cambios para mejorarlo, pero no a costa de eliminar a las voces discrepantes, de eliminar… la diferencia.

Lo peor que le puede pasar a un líder es rodearse exclusivamente de fieles, de lacayos siempre dispuestos a darle la razón, en lugar de intentar integrar las voces discordantes y las posturas críticas, que no sólo lo harán mejor a él y al grupo, sino que reflejarán mejor a la propia organización.

No soy muy optimista. La magia inicial de Podemos se ha roto y tengo muchas dudas de que sea posible recuperarla. Más bien creo que se acabará convirtiendo en un partido más, con el que seguiré colaborando y al que votaré, pero sin la ilusión y las ganas de comprometerme que me provocó en su día.

Aunque ahora caigo en que sí tuve un aviso de que todo esto no iba a ir bien: debí desconfiar de personas con un gusto musical tan malo 😉

 

 

El Elemento

Ken Robinson acuñó el término «Elemento» para referirse al «lugar donde convergen las cosas que nos gusta hacer y las cosas que se nos dan especialmente bien. El Elemento es el punto de encuentro entre las aptitudes naturales y las inclinaciones personales».

Me encanta Ken Robinson y ese concepto que desarrolla en su libro «El Elemento: descubrir tu pasión lo cambia todo». Además, sirve en buena medida para contestar a los que me preguntan por qué estoy en política. Porque todavía me lo siguen preguntando y todavía veo a menudo cómo lo hacen con una mirada compasiva, como pensando, «pobre, lo debe estar pasando fatal» o peor aún, «con lo majete que era este chico, acabará como todos los políticos».

Para mí, esta experiencia en la política me está suponiendo encontrarme muy cerca de mi «Elemento». Creo que no se me da mal, es un trabajo que hace destacar mis puntos fuertes y minusvalora los débiles, aunque por supuesto, no paro de aprender (y lo que me queda). Y por otra parte, supone lo más cerca que he estado nunca de poder cambiar el mundo, que es mi mayor motivación laboral y personal.

Lo cierto es que soy un afortunado (o no tanto, que la suerte hay que buscarla) y todos mis trabajos me han hecho estar cerca de mi «Elemento», por eso, estoy acostumbrado a no ver el trabajo como una obligación, sino como parte de mi vida, de lo que quiero hacer en este mundo. Nunca he hecho esa distinción tan habitual entre trabajo y vida personal, nada me parece más triste que esas frases de lamento tan habituales los lunes o al volver de las vacaciones. De hecho, la mejor señal de que tengo que ir pensando en cambiar de trabajo es cuando me deja de apetecer volver después de un fin de semana o después del verano. Robinson lo explica a la perfección: «Las personas que fundamentalmente aman lo que hacen no piensan en ello como si fuera un trabajo en el sentido habitual de la palabra. Lo hacen porque quieren y porque al hacerlo están en su Elemento. (…) El Elemento consiste en una concepción más dinámica y orgánica de la existencia humana, en la que las diferentes partes de nuestra vida no se ven como si estuviesen cerradas herméticamente, unas separadas de las otras, sino interactuando e influyéndose entre sí».

Tristemente, muchas personas no tienen ni la más mínima oportunidad de encontrar su «Elemento» en el trabajo. Ni en la vida. Están irremediablemente condenadas a vivir en sociedades decadentes, sin oportunidades, cuando no en la miseria. Pero como dice Robinson, siempre que uno tenga cubiertos unos mínimos, aunque en el trabajo no pueda encontrar el «Elemento», aún es más importante descubrirlo en otra parte. Por ejemplo, en tu familia, tus amigos o tus aficiones.

Ken Robinson también critica duramente el sistema educativo imperante en las sociedades actuales. Para él, todos nacemos con talentos naturales que vamos perdiendo poco a poco. Cree que la educación es una de las principales razones, lo que provoca  que haya «demasiada gente que nunca conecta con sus verdaderos talentos naturales y, por tanto, que no sea consciente de lo que en realidad es capaz de hacer. (…) La educación tendría que ser uno de los procesos principales que nos llevara hasta el Elemento. Sin embargo, con demasiada frecuencia sirve para lo contrario».

Ciudadanos y ciudadanas estandarizados por un sistema educativo que aborrece la creatividad y lo diferente. Formados todavía bajo los mismos principios de la Revolución Industrial, preparadísimos para ser unas piezas más de una sociedad sumisa, pero no para desafiarla, alérgicos a la innovación y al riesgo.
Como dicen Espanto, uno puede decidir acabar «atado a una corbata y a un piso en una urbanización», y vivir en blanco y negro, al menos un tercio de los mejores años de la vida, o por el contrario, intentar vivir toda la vida en color, aunque ello conlleve riesgos e incertidumbres. Porque nadie puede hacer algo grande en la vida si no está preparado para equivocarse, pero la satisfacción de acabar dedicándote a tu pasión lo compensa todo.

La erótica del poder

¿Estar en el poder mola? Sí.

¿Te puedes enganchar a él? También.

Si quieres cambiar las cosas, trabajar en una ONG es una droga blanda y la política una droga dura. Aunque luego haya paradojas, porque la enrevesada estructura municipal puede hacer que sea más sencillo construir un edificio de 8 millones de euros que conceder una ayuda de alimentos, podar un árbol o tener wifi en la Junta Municipal en pleno año 2016. Esto es difícil de entender para la gente, pero para nosotros también. Malo, si nos terminamos acostumbrando…

A la hora de intentar explicar lo que significa el poder, lo más sencillo es recurrir a mi caso personal. Antes de entrar en el Ayuntamiento era Director de la Asociación PAUTA (una asociación de familias dedicada a los Trastornos del Espectro del Autismo). Allí dirigía a un equipo de unos 50 profesionales y sólo tenía por encima a la Junta Directiva de la asociación. En el Ayuntamiento, no tengo a ninguna persona a mi cargo, mi firma no vale para nada (no tiene ninguna validez legal) y estoy al servicio de mi concejala. Sin embargo, la percepción de poder es muchísimo más grande. ¿Por qué? Algunos ejemplos del día a día:

  • Todo el mundo te coge el teléfono. Y si no, te devuelven rápido la llamada. Acostumbrado al duro mundo de las ONG donde estás continuamente llamando para recibir las típicas contestaciones («ahora no puede ponerse», «está reunido», «le dejo el recado», etc.), ahora es casi mágico, puedo resolver temas complejos en una mañana con un par de llamadas, algo impensable en mis anteriores trabajos.
  • Lo que pides se hace y se hace rápido. Está en el primer nivel de prioridad para los trabajadores y trabajadoras del Ayuntamiento. Al principio me sorprendía, ahora ya no y es estupendo saber que los trabajadores y trabajadoras del Ayuntamiento, no sólo son habitualmente eficaces, sino que contigo son ultra eficaces.
  • Te dan la razón cuando saben que no la tienes. Esto es un problema y hay que darse cuenta rápido de ello, sobre todo porque los que llegamos nuevos al Ayuntamiento desconocíamos (y todavía desconocemos en algunos casos) muchos de sus mecanismos internos. Se nos puede ocurrir una idea luminosa o pensar que algo es extremadamente sencillo de hacer y que no sea así. Pero muchas veces te dicen que sí y luego te estrellas.
  • Las cortesías, los agasajos o simplemente tu papel en los actos a los que acudes. No tiene nada que ver con un concejal o concejala (a los que les abren las puertas literalmente o los policías municipales les saludan con un «a la orden»), pero se parece bastante.

Pero sin duda, hay un momento especialmente fascinante cuando estás en el poder, que es cuando «juegas a ser Dios». Todo amante de los videojuegos conoce títulos como el Populous o el SimCity. En el primero, directamente eres Dios y tienes que gobernar tu creación, en el segundo (mucho más cercano al día a día del Ayuntamiento), eres un alcalde que crea una ciudad desde cero, con todo lo que ello implica (diseñar las distintas zonas de la ciudad, sus equipamientos, garantizar los suministros, controlar el tráfico, la contaminación, el crecimiento…). Algo de eso hay (aunque sin partir de cero), cuando te pones delante de un mapa del distrito a buscar parcelas para un nuevo equipamiento, a modificar unos límites distritales que no están bien definidos, a comenzar el diseño de un nuevo barrio o incluso cuando tenemos debates sobre si es más necesaria una biblioteca o un polideportivo para el distrito.

Lógicamente, el día a día en el poder también tiene su lado oscuro, pero creo que afecta más a los concejales y concejalas, que tienen que soportar una carga de responsabilidad brutal, una cantidad bestial de trabajo, muchísimas servidumbres (como las bodas o la cantidad de actos y reuniones a los que tienen que asistir) y, sobre todo, estar permanentemente en el punto de mira (de la oposición, de la prensa…). Esto también nos pasa a los asesores y asesoras, pero en mucha menor medida.

Así que, en mi opinión, estar en el poder es bastante entretenido y hasta divertido, una oportunidad única para conseguir que tu ciudad cambie a mejor y con ello la vida de muchas personas. Todo esto compensa con creces la parte negativa y la inseguridad laboral que conlleva.

Pero también es importante que no se te suba a la cabeza. Es fácil que suceda y por eso en Ahora Madrid aprobamos algunas medidas preventivas:

  • La limitación de salarios. Todos cobramos cuatro salarios mínimos brutos, que consideramos más que suficientes para vivir y que están muy lejos de los altísimos salarios oficiales (en el caso de los asesores y asesoras, unos 50.000 euros brutos anuales, en el caso de los concejales y concejalas, unos 100.000 euros brutos anuales). Esto quisimos que se aplicara oficialmente, pero el resto de partidos no quisieron, así que hacemos donaciones por la parte sobrante (están publicadas aquí para los asesores/as y aquí para los concejales/as)
  • No usar los coches oficiales. Para mí, andar por la calle, ir en el metro, en el bus o escuchar las conversaciones de la gente, es conocer de primera mano los problemas de la ciudad. Si te acabas encerrando en tu coche oficial y te llevan de un lado a otro, seguro que acabas alejado de la realidad. Hay que seguir con los pies en la tierra y que no te pase como a Zapatero.
  • No aceptar regalos ni privilegios. No ya los grandes (la verdad es que pocos constructores se han acercado a hacernos proposiciones indecentes, debe ser que piensan que con nosotros no va a funcionar…), es que es fácil caer en la tentación de aceptar una invitación a un evento, unas entradas para un espectáculo, un asiento reservado… Cosas pequeñas en valor, pero simbólicamente grandes.

Yo añadiría (aunque sobre esto no hemos acordado nada en Ahora Madrid), no convertir la política en tu profesión. Este trabajo tiene que ser necesariamente temporal, la tentación de convertirte en un profesional de la política es grande y es algo que creo que todos los que hemos entrado nuevos en esto debemos evitar. Aquello que decíamos de la casta…

Y por último, nunca hay que olvidar que ¡más dura será la caída!

¿Por qué no contratáis más barrenderos? (llegar al poder no es tener el poder)

Posiblemente, esa pregunta sea la que más nos han hecho en este casi año y medio que llevamos gobernando. Familiares, amigos, vecinos… esperaban que solucionáramos la dramática situación en la que dejaron la limpieza de la ciudad los anteriores gobiernos municipales.

La realidad es que ha mejorado poco, lo sabemos, por eso es un tema que da pie para hablar del fondo de la cuestión, ¿por qué estando en el gobierno no podemos hacer lo que nos gustaría?

Creo que en los primeros meses de gobierno, la mayoría pensamos que íbamos a cambiarlo casi todo, que nada importante se nos resistiría. Había una mezcla de ilusión y euforia que nos hacía pensar que, parafraseando al mítico líder (ex) socialista, en poco tiempo a Madrid no la iba a conocer ni la madre que la parió.

Pronto nos dimos de bruces con la realidad. La cosa no iba a ser tan sencilla, es más, rápidamente caímos en la cuenta de que cambiar algunos temas incluso llevaría más de una legislatura.

¿Por qué? Estos son algunos de los motivos:

  • La maquinaria de la administración está pensada para que nada cambie. La administración es como si tuviera vida propia. Si no hubiera gobierno, seguiría funcionando en «modo zombie», sin un rumbo claro, pero avanzando. No habría más que repetir una y otra vez los mismos procesos y ya está. Esto genera una inercia brutal, intentar frenarla y cambiar el rumbo es muy costoso y supone enfrentarse a un montón de dificultades y resistencias.
  • Casi veinticuatro años seguidos de gobiernos del PP. Desde el 15 de junio de 1991 hasta el 13 de junio de 2015, Madrid estuvo gobernada por el PP. Es decir, tuvieron más de dos décadas para configurar el Ayuntamiento a su gusto. Obviamente, nosotros queremos cambiarlo, pero nos encontramos con una estructura asentada y más de 25.000 trabajadores acostumbrados a una manera de hacer, con (en principio) sólo cuatro años por delante. Y algunos de esos trabajadores, los interventores, con una capacidad brutal para bloquear la acción de gobierno, aunque ese es un tema que merece un artículo aparte.
  • La externalización de servicios esenciales. El PP externalizó la gestión de servicios básicos como la limpieza de las calles, el mantenimiento de las zonas verdes, el mantenimiento de aceras y calzadas o la recogida de basuras. También otros muchos, como polideportivos o escuelas infantiles, pero los primeros son críticos porque son temas primordiales, que todo ayuntamiento debe hacer bien. La excusa, la de siempre, que las empresas privadas son más eficientes y que se ahorra dinero, además de no sobrecargar la plantilla del Ayuntamiento. La realidad, que todo eso es mentira, que la gestión privada no tiene por qué ser mejor que la pública, más aún si esa externalización se lleva a cabo a través de unos pésimos contratos de gestión. Revertir esta privatización es sumamente difícil a corto plazo, como explicaré a continuación.
  • Los contratos de gestión. El PP no sólo externalizó servicios esenciales, sino que lo hizo a través de unos contratos integrales de gestión que, ya desde su propia redacción, se sabía que no servirían para prestar un adecuado servicio público. Los licitaron por cantidades ridículas, facilitando que fueran prácticamente subastas a la baja, los firmaron por muchos años y los blindaron bien blindados. El por qué lo tendrían que explicar ellos, pero es inevitable pensar en oscuras maniobras y corrupción. Estos son los más sangrantes:
    • Contratos de limpieza, conservación de espacios públicos y zonas verdes. Se firmaron en 2013, con una duración de 8 años (hasta 2021). Están basados en el cumplimiento de sesenta y ocho indicadores de calidad, pero sorprendentemente, no se establece una dotación mínima para prestarlos. Resultado: las empresas que los ganaron, lo hicieron por unas cantidades que hacen imposible garantizar una correcta prestación del servicio y nada más ganarlo despidieron a unos mil trabajadores porque con la cuantía por la que se los llevaron, no les daba para mantenerlos. ¿Se ponen multas? Sí. ¿Se refuerza el servicio? Sí, pero de manera muy limitada porque al existir ya un contrato, no se puede hacer otro nuevo en paralelo. ¿Se ha intentado negociar con las empresas? Sí, pero los resultados han sido escasos. ¿Se pueden romper unilateralmente? Sí, pero al estar blindadísimos, la indemnización sería gigantesca y también hay que tener en cuenta a los trabajadores, ya que la mayoría tienen derecho a la subrogación. No es nada fácil hacerlo, aunque se está estudiando continuamente. Todo esto, si se incumplen los contratos, porque también puede pasar que se estén cumpliendo, aunque sean claramente insuficientes; por ejemplo, las empresas están podando anualmente los árboles que marca el contrato, pero «cumplir el contrato» significa que los árboles se podarán cada cuarenta años!!!
    • Contrato de mantenimiento de vías públicas. Otro contrato multianual, con grandes recortes y blindadísimo. Por poner un ejemplo fácil de entender, cuando la reparación de asfalto y aceras las hacía directamente el Ayuntamiento, se gastaban unos 36 millones de euros anuales. El contrato se licitó por la mitad (18 millones de euros) y la empresa que lo ganó lo hizo por 8 millones de euros. Obviamente, es imposible que, por muy buena gestión que se haga, algo en lo que se gastaban 36 millones de euros, se pueda hacer por ocho. El resultado no hay más que verlo paseando o circulando por nuestra ciudad.
  • La «Ley Montoro». Es decir, la Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, pero también la Ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera y, en último término, ese artículo 135 de la Constitución que el PSOE y el PP acordaron modificar prácticamente a traición. ¿Qué significan? Que en la práctica, las administraciones locales se encuentran intervenidas por el estado para garantizar el control del déficit y la deuda pública. Una ley que cercena la autonomía de las administraciones para presupuestar y gestionar sus recursos, aunque se encuentren saneadas. Un torpedo en la línea de flotación de cualquier gobierno local, que se traduce, por ejemplo, en la práctica imposibilidad de remunicipalizar servicios, ya que supondría generar nuevos puestos de funcionarios, algo que condena a que muchos servicios tengan que seguir externalizados.

Así que el panorama parece sombrío, pero no vamos a tirar la toalla ni ampararnos continuamente en la pésima herencia recibida. Es como un partido de fútbol en el que te sientes superior pero el terreno está en malas condiciones y la climatología es adversa. No valen excusas, hay que salir a ganarlo y dejarnos la piel en ello.

Además, no todo es negativo. Algunos contratos ya han vencido o están a punto de vencer (como el de recogida de basuras o el de mantenimiento de colegios) y las nuevas licitaciones son bien diferentes en cuantías, criterios de adjudicación y exigencia, incorporando además claúsulas sociales (como la inserción sociolaboral de personas en situación de exclusión social o con diversidad funcional, la calidad y estabilidad en el empleo, la mejora de la capacitación profesional mediante formación en el lugar de trabajo, el fomento de la igualdad entre mujeres y hombres, la salvaguarda de la seguridad y la salud laboral o la conciliación de la vida familiar y laboral).

Y no estaría de más una reflexión sobre la duración de estos contratos. ¿No sería lógico que se impidiera firmarlos por un periodo que sobrepasara la siguiente legislatura? Produce mucha impotencia tener que gestionar unos contratos infames y saber además que no acabarán hasta después de que haya finalizado nuestro mandato.

Por último, somos conscientes de que, o conseguimos que la ciudad esté limpia y con un correcto mantenimiento, o nada de lo que hagamos servirá para que los ciudadanos valoren nuestra gestión y vuelvan a apoyarnos. No valdrá de nada intentar explicarlo o esgrimir lo que estamos haciendo en otros campos, como la política social, si cada mañana sales a tu calle y la encuentras sucia y deteriorada. En ello estamos.

 

El asesor

Reconozco que mi fantasía era ser un asesor como Meñique, el pérfido Lord Baelish de Juego de Tronos, y dedicarme susurrar estrategias inconfesables al oído de mi concejala.

La realidad es bastante más terrenal y tiene más que ver con garantizar que los feriantes monten a tiempo los coches de choque en las fiestas del distrito que con urdir grandes conspiraciones.

Pese a ello, algo hay, no lo voy a negar. Un día hablaba con Marta (mi concejala) sobre qué hacer en un asunto importante. Yo le decía que no lo tenía claro y ella me replicó (en tono divertido, obviamente),  que era su asesor y que para eso me tenía, ¡para que la asesorara!

La verdad es que muchos amigos me han hecho la misma pregunta: ¿qué hace un asesor? Incluso algunos pensaban que lo compatibilizaba con mi anterior trabajo, como si ser asesor fuera una cosa de ratos libres.

Sin duda, el oficio de asesor es uno de los que peor fama tienen en nuestro país, y más en los últimos años, inevitablemente asociado a la corrupción política. Unos listos, unos aprovechados, personajes a la sombra de los políticos, participando del reparto de mordidas y con toda clase de privilegios. Y encima, sin dar la cara. Al igual que tantas cosas, en nuestra mano y en la del resto de fuerzas políticas del cambio, está el dignificar y dar prestigio al trabajo de los asesores, absolutamente imprescindible para cualquier grupo político que quiera hacer bien su trabajo.

Pero entonces, ¿en qué consiste el trabajo de los asesores? De manera muy sintética, los asesores somos el apoyo político en el día a día de los concejales (en el caso del Ayuntamiento de Madrid). Somos cargos públicos designados (elegidos directamente) por cada concejal, mientras que ellos son cargos públicos electos (elegidos por la ciudadanía). El resto de trabajadores municipales son funcionarios o personal laboral que accede a sus puestos por los procedimientos establecidos, pero que los concejales no pueden elegir directamente. Sólo en el caso de los funcionarios con altas responsabilidades, cada concejal es libre de designar al que le parezca mejor, pero siempre dentro de la plantilla municipal (y siempre que cumpla los requisitos para acceder al puesto).

Como los asesores somos elegidos «a dedo», estamos siempre bajo sospecha, son habituales las acusaciones de nepotismo o de elegir a personas afines políticamente, pero sin capacidad para el puesto. Vamos, el enchufismo de toda la vida. Sobre esto, dos comentarios:

  • Pienso que es totalmente lógico que un político electo (y más aún si tiene responsabilidades de gobierno), pueda elegir libremente por lo menos a una persona para que le ayude en la ingente cantidad de temas que tiene que abordar cada día. Y que esa persona sea de su máxima confianza.
  • Por su bien, más le vale elegir a alguien competente. ¿De su círculo más próximo? Lógico, le conocerá bien, sabrá como trabaja, es decir, será de su confianza, que es de lo que se trata.

Lo que pasa es que la figura del asesor ha estado en el epicentro de la corrupción que ha dinamitado el prestigio de la política. También se ha abusado de ellos, contratando demasiados, convirtiéndolos en comisarios políticos del partido de turno o siendo un simple puesto más para ir haciendo carrera política. Algo que en Ahora Madrid hemos querido evitar, limitando su número y su salario.

Así que el trabajo de asesor consiste básicamente en apoyar a nuestro concejal (concejala en mi caso) en el día a día. Un día a día que es realmente agobiante por la cantidad de temas que genera una ciudad como Madrid: la limpieza, el tráfico, el transporte público, el aparcamiento, la bicicleta, el arreglo de las calles, el mantenimiento de los árboles y jardines, la recogida de la basura, el mantenimiento de los colegios, las escuelas infantiles, las de música, los centros culturales, las instalaciones deportivas, los centros de mayores, los desahucios, la pobreza, los asentamientos, las fiestas, la cabalgata de reyes, las autorizaciones, las licencias, la policía municipal, los bomberos, la rehabilitación de edificios, las asociaciones, las quejas y conflictos vecinales… y así una lista casi infinita y tremendamente variada, que se puede resumir en conseguir una ciudad que funcione bien, que sea sostenible, que sea más justa y en la que los ciudadanos sean lo más felices que sea posible. Nada más y nada menos.

 

Los orígenes de soypolitico.org

Lo de llamar a este blog soypolitico.org no es una idea luminosa que se me haya ocurrido a raíz de mis nuevas responsabilidades profesionales, viene de más atrás.

Como para tantos, para mí el 15M fue un auténtico revulsivo. Me despertó una inquietud política que desconocía. Hasta el momento, mis ansias de cambiar el mundo las había canalizado a través del voluntariado y de un carrera profesional que estaba desarrollando íntegramente en el Tercer Sector (fundamentalmente en el ámbito de la discapacidad intelectual y el autismo), pero la política… Eso no era nada digno, más bien repulsivo y sin utilidad alguna.

El 15M me hizo ver que la política es algo consustancial al ser humano, como dijo hace mucho Aristóteles, somos animales políticos. Y me hizo creer en que se podía cambiar y ponerla de verdad al servicio de las personas.

Esta inquietud la compartí con muchos amigos y, como aficionado a la tecnología, pensé que había que desarrollar herramientas que apoyaran una verdadera participación ciudadana. Así que me junté con Víctor Pinto (un hombre universal, ONGs, desarrollo organizacional, tecnología, ingeniería…, todo lo abarca y todo lo hace bien) y con los cracks del Colectivo Verbena (Carmen, Javi Tasio y Javi Bilbo) para contarles la idea y plantearles que la desarrolláramos.

Estuvimos unos meses ideando la aplicación (en el 15M habían surgido algunas parecidas, pero pensábamos que ninguna respondía exactamente a las necesidades que detectábamos, nosotros queríamos un «Facebook de la participación social»), estuvimos buscando apoyos para desarrollarla, pusimos en marcha este blog de apoyo y hasta hicimos un vídeo de presentación. Todo ello lo denominamos soypolitico.org, después de un intenso debate, ya que las reacciones generales al nombre eran de rechazo, como no podía ser menos.

Al final, el nombre de soypolitico.org fue una auténtica premonición y creo que, afortunadamente, ya no se ve con tanto rechazo.

La cosa no cuajó. Por falta de apoyos y de tiempo para dedicarle. Un proyecto así te exige lanzarte a tumba abierta y nosotros no podíamos hacerlo. Además, hubo otro aspecto decisivo: la aparición de Podemos. Podemos apostó desde el principio por herramientas digitales de participación que sí que se parecían bastante a lo que nosotros queríamos hacer. Y fue un tsunami, era absurdo intentar algo parecido cuando lo estaban haciendo tan bien.

Así que soypolitico.org se reconvierte ahora en un blog sobre mi experiencia en la política, aunque nunca olvidaré sus orígenes. Gracias a Víctor, Javi Tasio, Carmen y Javi Bilbo (de izquierda a derecha en la foto). Sois geniales.

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Soy político

Jamás se me pasó por la cabeza hasta hace unos años. ¿La política?, ¿los políticos? Algo a evitar, algo malo, algo perverso.

Pero el 15M fue una iluminación. Habíamos reaccionado, no me lo podía creer. En lugar de asumir sumisamente el bipartidismo, esperando a ver si el siguiente era un poco mejor o un poco peor, en lugar de asumir el idílico relato de la Transición y de la actual democracia, gritamos que no nos representaban, que ya llevaban demasiado tiempo alejados del pueblo y que esto tenía que cambiar.

Y cuando parecía que las aguas habían vuelto a sus cauces habituales, surgió Podemos para canalizar buena parte de lo que había sido el 15M. Ese fue el momento en el que me dije que tenía que implicarme un poco más y empecé a colaborar en los Círculos relacionados con la discapacidad, que era mi ámbito profesional. Y también a leer mucho sobre política. De repente, me apetecía saber más y más, me apetecía formar parte de aquella ola de ilusión, aunque nunca pensé que me dedicaría a ello (tal vez el gusanillo sí estaba por ahí…).

Mayo de 2015. Ahora Madrid consigue un resultado espectacular en las elecciones municipales y unas semanas después, consigue formar gobierno. Por mi trabajo en ese momento en la Asociación Pauta, conozco a Marta Gómez, nueva concejala del distrito de San Blas-Canillejas (también de Barajas). En apenas una hora, en la que repasamos los temas más importantes de la asociación, tenemos una excelente sintonía, y es en ese momento cuando me entra una sana envidia. A mí también me gustaría ser protagonista de ese cambio tan ansiado.

Me quedo dándole vueltas y unos días después me animo a escribir a Marta y ofrecerme por si hay alguna posibilidad de entrar en el proyecto. Es cierto que llevaba un tiempo pensando en que mi etapa en Pauta tenía que terminar, después de diez años allí. Necesitaba nuevos retos y motivaciones, pero tampoco era cuestión de irse a cualquier sitio.

Sinceramente, pensaba que Marta nunca me contestaría, o que lo haría con algún cumplido, pero a las pocas horas lo hizo y, para mi sorpresa, me decía que tenía pendiente incorporar un Consejero Técnico (asesor) de los dos que le correspondían y que mi perfil le encajaba perfectamente, que buscaba a alguien que viniera del mundo social y que ella también había percibido muy buena sintonía en la reunión que habíamos tenido. Y me ofreció el puesto.

Lo tuve claro desde el primer momento, era una oportunidad que no podía dejar pasar, que encajaba totalmente con mis nuevas inquietudes políticas y con mis ganas de cambio profesional. Había muchos riesgos (apenas conocía a la que iba a ser mi jefa, se trataba de un cargo de libre designación y eventual, sujeto a todos los vaivenes que puede haber en el mundo de la política…), pero la ilusión pudo mucho más.

Y así, de la noche a la mañana, me convertí en político.