Faltaban unos días para Vistalegre II y estábamos en el Círculo de San Blas-Canillejas, debatiendo sobre las distintas alternativas que se presentaban en el congreso. Justo en ese punto especialmente estúpido de dirimir si es más importante estar en la calle o en las instituciones, el perfecto ejemplo de debate estéril con apariencia de trascendental. Un debate que nunca habríamos tenido en el Podemos de los inicios, aquel de asaltar los cielos…
Pues bien, el compañero Edwin dio en el clavo. Pidió la palabra para decir que el problema que había tenido Podemos era el de no haber sabido gestionar la diferencia. Una diferencia inevitable y enriquecedora, que en los inicios había sido precisamente catalizadora del proyecto: un grupo de personas de muy diversas procedencias, unidas alrededor de la idea de acabar con una oligarquía dominante que tenía secuestrado al país desde hacía décadas. Devolver el poder al pueblo, visibilizar el conflicto entre “los de arriba” y “los de abajo”, en lugar de seguir recurriendo al manido debate entre izquierda y derecha, completamente asimilado por el sistema para aparentar alternancia, garantizando que nada cambie.
En aquellos inicios, el grupo que lideraba Podemos parecía infalible. Siempre parecían ir por delante, marcaban los tiempos, pillaban a los rivales con el pie cambiado, eran creativos, osados, originales, siempre con ases nuevos bajo la manga. Cada paso que daban, aunque pareciera insensato, acababa dándoles la razón. Eran implacables en la táctica y en la estrategia.
Pero era inevitable tener que crear una estructura a la altura del reto propuesto. De ese puñado de personas había que pasar a una organización con capacidad para implantarse en todo el estado. Y rápido, porque el calendario electoral obligaba a ello.
Había que crear equipos. Y ese grupo de personas tan brillantes e inteligentes, que nos deslumbraron a muchos, visto lo visto, no supieron hacerlo. En lugar de saber integrar las diferencias, acabaron consiguiendo que éstas se convirtieran en obstáculos casi insalvables dentro del partido.
Como tantas veces, recurro a Ken Robinson. Comparto totalmente su definición de lo que son buenos equipos:
Los grandes equipos creativos son heterogéneos. Están compuestos por personas con habilidades diferentes pero complementarias entre sí.La diversidad de talentos es importante pero no suficiente, las diferentes formas de pensamiento pueden ser un obstáculo para la creatividad.Los equipos creativos encuentran la forma de utilizar sus diferencias y energías, no sus puntos débiles. Tienen un proceso mediante el cual sus fuerzas se complementan a la vez que compensan las debilidades de cada uno. Son capaces de desafiarse entre sí como iguales, y tomar las críticas como un incentivo para avivar el juego.Los equipos creativos están bien definidos. Hay una gran diferencia entre un buen equipo y un comité.
Y lo que hemos acabado consiguiendo en Podemos es que ahora, cada vez que te presentan a un compañero o a una compañera, sea inevitable preguntar si es “Pablista”, “Errejonista” o “Anticapitalista”; que en Vistalegre II se enfrenten pomposamente propuestas teóricamente diferentes, pero donde cuesta encontrar las diferencias; o que un montón de mediocres se hayan incorporado a esos bandos sin más intención que imponer sus ideas y conseguir su parcelita de poder.
Y no, no acepto eso de que un líder necesite hacer “su equipo” a costa de excluir a los demás. No tengo mucha experiencia política, pero sí en gestión de equipos. No existe el equipo perfecto, uno tiene que trabajar con el que se encuentra, intentando hacer cambios para mejorarlo, pero no a costa de eliminar a las voces discrepantes, de eliminar… la diferencia.
Lo peor que le puede pasar a un líder es rodearse exclusivamente de fieles, de lacayos siempre dispuestos a darle la razón, en lugar de intentar integrar las voces discordantes y las posturas críticas, que no sólo lo harán mejor a él y al grupo, sino que reflejarán mejor a la propia organización.
No soy muy optimista. La magia inicial de Podemos se ha roto y tengo muchas dudas de que sea posible recuperarla. Más bien creo que se acabará convirtiendo en un partido más, con el que seguiré colaborando y al que votaré, pero sin la ilusión y las ganas de comprometerme que me provocó en su día.
Aunque ahora caigo en que sí tuve un aviso de que todo esto no iba a ir bien: debí desconfiar de personas con un gusto musical tan malo 😉