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Profesionales de la política

Febrero de 2019. El PSOE anuncia el nombre de su enésima apuesta para recuperar la alcaldía de Madrid, algo que no consigue desde hace 30 años y con una caída en picado de voto en los últimos 12 años (del casi 37% en las elecciones de 2003 a apenas el 15% en las de 2015). Se trata de Pepu Hernández, ex seleccionador nacional de baloncesto que se hizo especialmente popular cuando España ganó el mundial de 2006.

Nada podía fallar con una persona triunfadora, vinculada al segundo deporte más importante del país y especialmente a los éxitos de su selección nacional. Pensaron que sería el antídoto perfecto para frenar la sangría de votos socialistas hacia Ahora Madrid (2015) y Más Madrid (2019). El resultado fue, de nuevo, el peor en la historia del PSOE (no llegó al 14% de voto).

Tras algo más de dos años, Pepu Hernández dimitía y dejaba su acta de concejal. En esos dos años fue bastante evidente lo poco que le gustaba lo que hacía, se le notaba incómodo, apagado y nada recordaba a aquel líder de la selección nacional de baloncesto. Aún así, se puede vivir muy bien de portavoz de grupo municipal en la oposición ganando más de 100.000 euros brutos al año, así que la decisión que tomó le honra.

Pero más allá de las esperpénticas decisiones del PSOE a la hora de decidir las personas que encabezan las listas al Ayuntamiento de Madrid en las últimas citas electorales, creo que es interesante preguntarse si cualquier persona vale para ser político, si hay que tener cualidades específicas, si hay que prepararse (o no) para ello.

Muchos de los que estamos en política no hemos estudiado ni nos hemos preparado específicamente para ello, muchos ni siquiera hemos estado en organizaciones políticas la mayor parte de nuestras vidas y sin embargo, acabamos en ella. Venimos de la «sociedad civil» pero acabamos convertidos en ¿profesionales de la política?

Si mi yo de 2011 leyera esto de «profesionales de la política»…

Uno de las consignas más repetidas en el 15M era que había que echar a esa élite política acomodada, alejada de la realidad de la gente, a esos aprovechados que no conocían otro oficio y se apoltronaban en su cargo con la única finalidad de mantenerse en él el mayor tiempo posible o, si las cosas venían mal dadas, buscarse otro maniobrando en los aparatos de los viejos partidos. A día de hoy esto todavía se escucha a diario, basta mirar los comentarios a entradas de políticos en cualquier red social o los datos del CIS, donde a finales de 2019 casi el 50% de las personas encuestadas situaban a la política y a los políticos como una de sus principales preocupaciones. Tanto asustó este dato, que a partir de 2020 el CIS dejó de preguntar directamente por la política y los políticos, diluyendo el asunto en tres preguntas no tan directas…

Pienso que hay que ser profesional en cualquier actividad a la que te dediques en la vida, aunque no te hayas preparado para ello. Eso implica aprender (hayas estudiado algo relacionado o no), esforzarte, dedicarle tiempo y ponerle pasión. Creo que puedo afirmar, sin ser presuntuoso, que ahora soy mucho mejor profesional de la política que cuando llegué en 2015, que soy mucho más útil a la sociedad y a mi partido ahora que entonces. Y que puedo seguir mejorando.

Pero la política no es una carrera profesional cualquiera, la política está brutalmente marcada por las citas electorales. Cada cuatro años (a veces menos) todo salta por los aires para volver a reconstruirse. Si te dedicas a ello, el que sigas o no depende de tu partido y de los votos de la ciudadanía, no tanto de tu valía profesional o de tu rendimiento. Pocas profesiones tienen una volatilidad tan alta y te hacen perder tanto el control sobre tu futuro como la política.

Contra lo que pueda parecer y aún reconociendo que tenemos unas condiciones laborales privilegiadas, el riesgo personal y profesional que asumimos es elevado. Tienes que aceptar que dedicarte a la política supone estar siempre a pocas semanas de acabar en la cola del paro. Y cuando se acercan las elecciones, más.

Inevitablemente, los ciclos electorales de cuatro años te obligan a replantearte tu futuro. ¿Quiero seguir?, ¿quiero comprometerme cuatro años más?, ¿querrán seguir contando conmigo?, ¿tendremos suficientes votos?, ¿podré volver después a mi anterior actividad profesional?

Hoy por hoy quiero seguir y mi partido cuenta conmigo. Quiero seguir siendo un buen profesional de la política y seguir mejorando. Pero van a ser ya ocho años, a los que se podrían añadir otros cuatro. ¿Demasiado?, ¿acabaré formando parte de esa élite política acomodada a la que tanto critiqué?, ¿estaré cerrando el paso a otras personas con más ilusión?, ¿podré reinventarme profesionalmente después de tanto tiempo?, ¿quedaré marcado por mi paso por la política?

No tengo una respuesta clara, creo que las fuerzas políticas tienen que conseguir un equilibrio entre contar con personas experimentadas e incorporar sangre fresca, que es lo que les permite tener solidez pero también innovar y seguir conectadas con la realidad. Y creo que ahora mismo formo parte de ese grupo experimentado que está dando lo mejor de sí mismo, pero también quiero seguir manteniendo los pies en la tierra, recordarme todos los días que esto puede acabar en cualquier momento, que está siendo una experiencia alucinante pero que algún día pueden no querer seguir contando conmigo o puede que pierda la ilusión o, tal vez, puede que encuentre otros retos que me apasionen más.

He perdido el miedo (y la vergüenza) a decir que me dedico a la política, que soy un profesional de ella, hasta lo digo con orgullo, pero lo que nunca me gustaría es acabar arrastrándome en ella.

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