Reconozco que mi fantasía era ser un asesor como Meñique, el pérfido Lord Baelish de Juego de Tronos, y dedicarme susurrar estrategias inconfesables al oído de mi concejala.
La realidad es bastante más terrenal y tiene más que ver con garantizar que los feriantes monten a tiempo los coches de choque en las fiestas del distrito que con urdir grandes conspiraciones.
Pese a ello, algo hay, no lo voy a negar. Un día hablaba con Marta (mi concejala) sobre qué hacer en un asunto importante. Yo le decía que no lo tenía claro y ella me replicó (en tono divertido, obviamente), que era su asesor y que para eso me tenía, ¡para que la asesorara!
La verdad es que muchos amigos me han hecho la misma pregunta: ¿qué hace un asesor? Incluso algunos pensaban que lo compatibilizaba con mi anterior trabajo, como si ser asesor fuera una cosa de ratos libres.
Sin duda, el oficio de asesor es uno de los que peor fama tienen en nuestro país, y más en los últimos años, inevitablemente asociado a la corrupción política. Unos listos, unos aprovechados, personajes a la sombra de los políticos, participando del reparto de mordidas y con toda clase de privilegios. Y encima, sin dar la cara. Al igual que tantas cosas, en nuestra mano y en la del resto de fuerzas políticas del cambio, está el dignificar y dar prestigio al trabajo de los asesores, absolutamente imprescindible para cualquier grupo político que quiera hacer bien su trabajo.
Pero entonces, ¿en qué consiste el trabajo de los asesores? De manera muy sintética, los asesores somos el apoyo político en el día a día de los concejales (en el caso del Ayuntamiento de Madrid). Somos cargos públicos designados (elegidos directamente) por cada concejal, mientras que ellos son cargos públicos electos (elegidos por la ciudadanía). El resto de trabajadores municipales son funcionarios o personal laboral que accede a sus puestos por los procedimientos establecidos, pero que los concejales no pueden elegir directamente. Sólo en el caso de los funcionarios con altas responsabilidades, cada concejal es libre de designar al que le parezca mejor, pero siempre dentro de la plantilla municipal (y siempre que cumpla los requisitos para acceder al puesto).
Como los asesores somos elegidos «a dedo», estamos siempre bajo sospecha, son habituales las acusaciones de nepotismo o de elegir a personas afines políticamente, pero sin capacidad para el puesto. Vamos, el enchufismo de toda la vida. Sobre esto, dos comentarios:
- Pienso que es totalmente lógico que un político electo (y más aún si tiene responsabilidades de gobierno), pueda elegir libremente por lo menos a una persona para que le ayude en la ingente cantidad de temas que tiene que abordar cada día. Y que esa persona sea de su máxima confianza.
- Por su bien, más le vale elegir a alguien competente. ¿De su círculo más próximo? Lógico, le conocerá bien, sabrá como trabaja, es decir, será de su confianza, que es de lo que se trata.
Lo que pasa es que la figura del asesor ha estado en el epicentro de la corrupción que ha dinamitado el prestigio de la política. También se ha abusado de ellos, contratando demasiados, convirtiéndolos en comisarios políticos del partido de turno o siendo un simple puesto más para ir haciendo carrera política. Algo que en Ahora Madrid hemos querido evitar, limitando su número y su salario.
Así que el trabajo de asesor consiste básicamente en apoyar a nuestro concejal (concejala en mi caso) en el día a día. Un día a día que es realmente agobiante por la cantidad de temas que genera una ciudad como Madrid: la limpieza, el tráfico, el transporte público, el aparcamiento, la bicicleta, el arreglo de las calles, el mantenimiento de los árboles y jardines, la recogida de la basura, el mantenimiento de los colegios, las escuelas infantiles, las de música, los centros culturales, las instalaciones deportivas, los centros de mayores, los desahucios, la pobreza, los asentamientos, las fiestas, la cabalgata de reyes, las autorizaciones, las licencias, la policía municipal, los bomberos, la rehabilitación de edificios, las asociaciones, las quejas y conflictos vecinales… y así una lista casi infinita y tremendamente variada, que se puede resumir en conseguir una ciudad que funcione bien, que sea sostenible, que sea más justa y en la que los ciudadanos sean lo más felices que sea posible. Nada más y nada menos.