Tal vez la vida normal no era la de antes… Y nos hemos dado cuenta ahora.
Tener todo cuanto quisiéramos y cuando quisiéramos. Irnos un fin de semana a Nueva York como el que se va al pueblo, comprar un televisor nuevo desde casa y recibirlo en una hora, emborracharnos de actividades culturales, de vida social, hasta necesitar mirar la agenda para quedar con los amigos…
Nuestro mundo sólo funcionaba manteniendo una enloquecida huida hacia adelante. A imagen y semejanza del capitalismo, Dios y Señor nuestro, que sólo creciendo y creciendo, es capaz de sobrevivir. Como la canción de Daft Punk: «Harder, Better, Faster, Stronger».
Ahora nos hemos parado casi en seco y se le han visto todas las costuras a nuestra civilización. Y a todos nosotros, insignificantes, ridículos… Nos creíamos los amos omnipotentes del mundo y ahora estamos escondidos y acobardados en nuestras casas. Aplaudiendo, eso sí, casi como si fuera nuestro último estertor.
Pensábamos que todo nuestro montaje era indestructible, pero no, más bien era un decorado de cartón piedra. En pocos días, muchos animales han recuperado el espacio perdido entre toneladas de hormigón, la contaminación se ha esfumado y, como cuenta Alan Weisman en «El mundo sin nosotros», si nos acabáramos extinguiendo, en pocos meses apenas quedaría rastro de nuestra especie y la naturaleza continuaría haciendo su inexorable trabajo hasta acabar por borrar todo vestigio del Homo Sapiens. Como si no hubiéramos pasado por el planeta.
Una auténtica cura de humildad de la que no sabemos bien ni cuándo ni cómo saldremos. O quizás nunca lo hagamos y se convierta en la nueva normalidad…
Tal vez nos estemos equivocando de nuevo. Lo ha resumido muy bien Devi Sridhar, de la Universidad de Edimburgo: «Todo el mundo quiere saber cuándo va a terminar esto. Ésa no es la pregunta correcta. La pregunta correcta es, ¿cómo seguimos adelante?».